23/9/11

Fuera de mi ventana sólo veo coches veloces, motos alocadas, que dejan el tráfico atrás. He aprendido una pequeña verdad, el mundo te quiere rápido para que llegues a tiempo. Te quiere veloz para recordar sólo el sonido de tus pasos y es por eso que cuando te acuerdas que no vas a ningún lado y aceleras. 
-Las cosas se han puesto muy difíciles para nosotros. Me encantaría estar muy lejos contigo, sin que hubiera más problemas, sin mis padres, sin todos estos líos, en un lugar tranquilo, fuera del tiempo. 
-No te preocupes. Yo sé adónde podemos ir, nadie nos molestará. Hemos estado ya muchas veces, basta quererlo. 
-¿Adónde? 
-Tres metros sobre el cielo, donde viven los enamorados. 

De algo estoy seguro. 
No podrá quererla como la quería yo, no podrá adorarla de ese modo, no sabrá advertir hasta el menor de sus dulces movimientos, de aquellos gestos imperceptibles de su cara. 
Es como si sólo a mí se me hubiera sido concedida la facultad de ver, de conocer el verdadero sabor de sus besos, el color real de sus ojos. 
Nadie podrá ver nunca lo que yo he visto. Y él menos que ninguno. 
Él, incapaz de amarle, incapaz de verle verdaderamente, de entenderla, de respetarla. 
Él no se divertirá con esos tiernos caprichos. La vida real debería dar más estímulos. 
Toma la música, ¿quién hubiera pensado que algún día se registrarían cientos de canciones en un mp3? Nada las borra de ahí. Sólo necesitamos un láser para darnos cuenta de que al menos algo es eterno, al menos dura más que nuestros gustos. 

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